Es difícil saber el resultado del coronavirus en Puerto Rico, y más aún anticipar exactamente lo que viviremos en los próximos meses. Tanto el Task Force de Puerto Rico, como columnistas, demógrafos, oncólogos, epidemiólogos y la prensa han publicado estimados y visiones del futuro. Algunas proyecciones son escalofriantes, como las que publicó el Centro del Periodismo Investigativo. El oncólogo Fernando Cabanillas, uno de los primeros en levantar la voz de alarma sobre el coronavirus en la isla, piensa que si la cuarentena mandatoria tiene efecto tal vez nos hemos salvado de los peores escenarios.
Una de las primeras lecturas que hice al iniciar la pandemia fue este artículo de ProPublica con guías para periodistas sobre qué preguntas se deben hacer y cuál es la manera precisa de publicar las respuestas. Una de las advertencias más importantes que hacía era tomar los números con pinzas, pues estamos manejando tasas de contagio y muerte basadas en lo que reportan los países en un momento en el que las pruebas escasean. Además cada país tiene su protocolo de detección del virus. Algunos hacen pruebas al mayor número de personas posibles (con o sin síntomas), otros como Puerto Rico se limitan a hacerlo con pacientes que se sospecha tienen el virus y presentan los síntomas.
Cualquier profesional de la ciencia, periodista o columnista, si es responsable, va integrar la incertidumbre a sus proyecciones. Hay mucho que no se sabe del virus todavía y que no sabremos hasta que la pandemia termine su curso.
No superado el PTSD de las muertes que el gobierno nos escondió después del huracán María, la prensa trata de adelantarse y poner presión al gobierno. Aunque las proyecciones sirven para anticipar necesidades, organizar la respuesta y prepararnos emocionalmente, hasta ahora lo que han hecho es aumentar los niveles de estrés público.
En Puerto Rico ya nos sentimos expertos en metereólogía y sismólogía. Estamos en pleno crash course en infectología y epidemiología. Aquí todos somos principiantes, incluso el gobierno y la prensa.
Hay otra especialidad que seguimos desarrollando con violencia: vivir en incertidumbre. Los desastres naturales, políticos y económicos nos han arrebatado el sentido de seguridad sobre nuestro bienestar y el futuro. El coronavirus ha provocado incertidumbre ampliamente compartida en todo el planeta.
Nuestra salud está en riesgo, pero no tanto por un virus. Lo que asusta es saber que hemos desmantelado el sistema de salud pública, que el sistema de salud privado siempre tiene como prioridad recortar costos y aumentar sus ganancias, que dos semanas sin ingreso significa que hay personas que pasarán hambre, que el gobierno corrupto y colonial es un espectro que nos monta un espectáculo de eficiencia y control, que bajo un toque de queda legitimado por el miedo colectivo se eleva el autoritarismo, y que ha aumentado la violencia de género.
Así como nos toca aceptar la incertidumbre desde el aislamiento, hay preguntas que ni la ciencia ni la prensa puede contestar ahora mismo. Más que proyecciones, hace falta aclarar lo que está al alcance del gobierno hacer y velar por que se haga.
En las primeras dos semanas de la cuarentena, ya hemos pasado por tres Secretarios de Salud y se han reportado denuncias de corrupción en el manejo de las pruebas de coronavirus. El rastreo de las personas en contacto con los pacientes infectados a penas comienza. Tampoco sabemos cuál es el plan para los focos de contagio comunitario.
El gobierno (y nuestros contactos en redes sociales) nos regaña a diario porque no nos quedamos en nuestras casas. La Gobernadora Wanda Vázquez extendió el toque de queda y añadió restricciones.
No tengo forma de corroborar esa idea de que los puertorriqueños están ignorando la cuarentena. El sábado tuve que salir a la farmacia para comprar un medicamento para mi hijo. Es un tipo de salida autorizada por la Orden Ejecutiva que firmó Vázquez. En la farmacia éramos seis personas, contando los empleados. En la calle vi a dos trabajadores y a tres personas caminando. El servicarro del banco estaba lleno. Sentí mi barrio desolado.
Esa mañana había despertado con el corazón a millón anticipando la salida a la farmacia. La idea de ir a un espacio público con mi hijo es suficiente para acelerar mi imaginación catastrófica. Me preocupa ser portadora del virus e infectar a otras personas tanto como me asusta pensar que se enferme mi hijo, se enferme un familiar o me enferme yo.
Caminando por la calle hacia la farmacia, repasaba las reglas con mi hijo: no toques, no te acerques a las personas, tápate con el brazo para estornudar, quédate cerca de mí en todo momento. En la farmacia una señora con mascarilla se estremeció cuando nos vio y se alejó de nosotros.
De regreso a nuestro hogar, nos paró un policía en motora haciendo chillar su sirena. La mezcla de susto y coraje que sentí me mantuvieron caminando mientras hablaba con el oficial. ¿A dónde va?, me preguntó. Vengo de la farmacia y voy a mi casa, le contesté. Le dije que me siguiera si quería. No puede estar afuera, me dijo. ¡Ya lo sé!, grité en mi mente. En cambio, le expliqué que tenía que atender la salud de mi hijo. Me había tomado mucha energía salir a hacer una diligencia médica para encima responder al interrogatorio del policía.
Mientras escribo estas líneas, hago cálculos para determinar cuánta comida nos queda. Entre un párrafo y otro, reviso aplicaciones de entrega de comida y medicinas a domicilio. Tengo todos los canales de comunicación abiertos para hablar con mi familia, amistades y colegas del trabajo. Hago home schooling. Manejo el bienestar emocional de mi hijo que no verá a su papá en varios días. Me recuerdo que soy privilegiada porque puedo trabajar desde casa. Me divierto en casa y aprovecho el tiempo con mi hijo. Realizo algunas tareas de trabajo.
No quiero escuchar más regaños, ni recibir más órdenes. Tampoco me interesa leer proyecciones a medias basadas en información limitada sobre el comportamiento del virus y la pandemia.
Encerrados en nuestros hogares, el trabajo fuerte es aprender a vivir con la incertidumbre. Me parece la vía más esperanzadora para atravesar este momento, la apertura a otras formas de movernos y relacionarnos en el mundo. No todo tiene respuesta ahora. Sí podemos atender lo inmediato y lo esencial — lo que nos de sustento físico y emocional.