Todo brilla bajo el sol. Por suerte la brisa lo acompaña y mi cuerpo no se entrega al sopor. Por lo menos no en este momento. Un día ventoso y el sonido del viento se confunde con al rugir de la avenida y el eco estruendoso del túnel Minillas.
Por suerte, lo más que veo por mi ventana son los árboles que quedan desafiantes en la Ave. de Diego. Como una fila de soldados velando un monumento histórico, casi monárquico. Velan la sombra y el oxígeno; nuestro derecho a caminar sin que nos atosigue el calor.
Veo también el resplandor de la escuela Julián Blanco, recién pintada y despojada de la sombra de los árboles que acordonaban el patio. Pienso en el regreso a clases y en los estudiantes. Me da calor. Imagino que sus recesos en el patio quedarán a la vista implacable del sol. Los imagino sudando, limpiándose la frente y el cuello, y buscando el resguardo del único árbol que sobrevivió las órdenes de Fortaleza. Pero es un árbol domado, podado. Solo con el tiempo volverá a regalar generosamente su sombra. Sé que los estudiantes seguirán jugando y realizando sus asambleas de historias inverosímiles y los últimos sucesos de la saga dramática de la adolescencia.
Todos los días paso por la escuela. Muevo mi cabeza de lado a lado. Es otra masacre de árboles. No entiendo por qué insisten en asfixiarnos y calcinarnos. Una vecina relató en Facebook que se trata de los preparativos para la visita de la primera dama. Ojalá visitara todos los días al mediodía para buscar con los estudiantes el resguardo del único árbol al que le han dado clemencia. Ok. Tal vez los árboles que tumbaron estaban enfermos. No sé de esas cosas. Ahora lo que queda es otro cementerio de cemento y brea.
El movimiento circular de los árboles ante la brisa es un alivio. Una promesa feliz. Ni el sol de agosto puede contra la sombra compasiva de un árbol en el trópico airoso. Sospecho que el polvo del Sahara pinta el cielo y los colores del día.
Ya casi es medio día. Debería empezar a rendirme ante la pesadez del verano. No llega. Pienso en mis matas. Necesitarán agua. En algún momento recuerdo haber escuchado que no es bueno regar las matas en la intensidad del calor. Parece que hay que tratarlas como a una persona deshidratada y a punto de morirse de hambre se les debe dar agua y alimentar poco a poco, a cuenta gotas, porque su cuerpo privado de tanto no sobreviviría la abundancia repentina. Así que esperaré a que baje el sol.
La brisa sigue entrando por mi ventana. Tengo el pelo amarrado en un moño torpe. Siento el movimiento circular del viento en mi cuello. Un pelo suelto se entromete en mi campo de visión como las algas esporádicas de la playa que se acercan con el oleaje y te rozan.
Siento olor a cloro. ¿Será un vecino en su faena de limpieza? ¿O será la piscina del edificio del al lado?
Sentada en este cuarto, me siento como en una torre en la ciudad de los vientos. El Yunque en el fondo como un dios sentado en su trono repartiendo los alisios. Desde aquí no veo El Yunque. Para verlo tengo que ir a la ventana más extrema de mi apartamento. Allí se avista, con sus amaneceres y atardeceres. No es la primera vez que tengo El Yunque como vecino panorámico. ¿Vecino? Tal vez es más acertado decir anfitrión, centinela o rey. Si es rey, no sé que hice para merecer entrada en su corte.
Nota #1
Escribo siempre con música o algo sonando. Este fue el soundtrack: http://stadiumsandshrines.com/e56-don-gero/
Nota #2
Esta entrada es parte de un ejercicio, un tanto mecánico, de rehabilitar mi hábito de escribir. Usé este “writing prompt” .
“Outside the Window: What’s the weather outside your window doing right now? If that’s not inspiring, what’s the weather like somewhere you wish you could be”
Fuente: Thinkwritten.com