No es sorpresa que la editorial que publicó su más reciente libro describa a Ramón López en trío y con guiones: artesano-antropólogo-plenero. Y no lo digo porque en la onda post estén de moda los guiones y las palabaras compuestas. Ahora que me ha tocado preparar material promocional sobre la presentación de su libro en Chicago, me he encontrado con la difícil tarea de traducir tal trío a quienes no lo conocen. Pensé dividirlo en partes y dedicar un párrafo a cada palabra, pero opté por respetar el trío siempre que sea posible. Ramón López es antropólogo. Escribe sobre la cultura popular puertorriqueña. Ha estado involucrado con varios grupos de plena y hace tapices. Sus escritos incluyen coros y rimas. Leerlo es escucharlo. Por eso estoy convencida de que el trío no se debe romper. No se puede describir una parte de su vida sin hacer referencia a la otra.
Conocí y leí por primera vez a Ramón López en un curso sobre comunicación y cultura popular dictado por Luis Fernando Coss a final de los noventa en la Universidad de Puerto Rico. Coss invitó a López a darnos una charla. Nos habló de sus estudios, de la plena, de su trabajo en Chicago y de un periódico que recién publicaba en la ciudad. López alteró la forma en que yo entendía los estudios culturales hasta ese momento. Me presentó una forma única de leer el mundo, de imaginar estudios culturales y de pensar la historia. Yo venía de terminar cursos básicos de ciencias sociales y de masticar conceptos escurridizos. Hasta ese momento no había leído un texto académico tan cotidiano, tan vivo, tan cercano, y que usara palabras tan puertorriqueñamente coloquiales para describir fenómenos socio culturales. Se podía hablar de la plena y hablar de procesos de organización y resistencia política a la misma vez. Se podía vivir el fenómeno cultural y estudiarlo. Estudiar el mundo no equivalía a extraerse del mundo. En fin, con López comencé a entender los fenómenos sociales y culturales como experiencia vivida, pero sobre todo empecé a atreverme a sentirme involucrada. Entendí que era posible rechazar posiciones absolutistas que enajenan al investigador de su sujeto. Ahora que he dedicado unos años al estudio de la comunicación, pienso en ese encuentro con López como uno de los eventos que marcaron mi curiosidad intelectual.
Mi segundo encuentro con Ramón López fue en Chicago durante una conferencia sobre la bomba. Asistí en apoyo a una amiga que presentaba un capítulo de su disertación sobre la diáspora puertorriqueña, identidad y música popular. En ese momento tomaba un curso en UIC sobre etnografías en “Latino and Latin American Studies” y aproveché la ocasión para tomar notas. Entre comentarios y consejos, López se puso de pie y preguntó a mi amiga que cuándo esperaba compartir los resultados con la comunidad. “Estamos hartos”, explicó Ramón, “de estudiantes graduados que vienen aquí, hacen su trabajo, dicen que serán uno de los pocos que mostrarán su trabajo a la comunidad, pero nunca lo hacen ni sabemos nada de ellos”. Fue una bandera roja elevada en señal de cautela. Aunque solo era parte del público, sentí un golpetazo en el estómago. Esa señal era para mí también. Me recordó algo que percibí cuando participé en un estudio sobre un periódico comunitario en Chicago. La sensación de que como investigadores quitamos algo a quienes investigamos sin tener mucho que ofrecer a cambio más que nuestra gratitud infinita, unas líneas en la sección de agradecimientos, y la esperanza de que nuestro tabajo signifique algo para ellos. Este es mi segundo vínculo con López. Un recordatorio punzante que se hace más pertinente ahora que termino mi tesis. Sigue punzante cuando recuerdo la mirada inqiueta de mis “research participants” que preguntan cuándo espero mostrar los resultados de mi estudio. Siempre respondí con la promesa de volver y nutrir mi tesis con sus comentarios. Soy una estudiante graduada más haciendo promesas.
Ante la idea de encontrarmelo otra vez, me pregunto cómo vino él a parar en mi vida en instantes determinantes de mi formación intelectual. Y me pregunto qué aprenderé de su presentación esta semana. Nunca he hablado con él. Dudo que me reconozca. Seguro que para él soy más que otro cuerpo atento en un pupitre. Ramón López siempre ha estado presente en mi radar intelectual. Pero no es hasta este momento que me veo en la necesidad explicar su presencia. En otras palabras, ¿por qué escribo esta entrada en este aburrido blog? Porque de pasada o no, por accidente o no, nuestros encuentros me han ayudado a cuajar como investigadora.